Por
supuesto se ha querido dar una explicación racional a sus avistamientos,
hablando de reflejos y espejismos. Y ciertamente suena muy sensato, sólo que
eso sólo, como suele suceder, no explicaría toda la leyenda sobre ella. Tan
sólo sería una base, un pretexto físico.
El
nombre se deriva de un monje irlandés medieval, llamado Barandán o Brandán
nacido en 480. Es curioso que aquí surja otro nexo en común entre ambas islas,
el nexo celta, la religión anterior al cristianismo.
Se
trata de uno de esos santos curiosos, de vida sumergida en brumas y maravillas,
aunque es cierto que existió históricamente y de él han quedado escritos, entre
otros algunos tratados geográficos y astronómicos, una regla monástica, unas
“Revelationes” de carácter profético y su “Navigatio” en donde se relatan sus
viajes marítimos y en concreto atlánticos, que fue el origen de la leyenda por
la que es conocido.
Su
figura permaneció en el olvido hasta el siglo XI cuando diversos monjes, entre
otros el abad de Cluny Raoul Glaber, empezaron a difundir sus viajes oceánicos,
incluyendo ya sus detalles maravillosos y una gran riqueza simbólica, en varias
versiones de la “Navigatio” del santo, inspiradas tanto en el aire iniciático
de la Odisea homérica, como en los relatos fabulosos de las “1001 noches”. Se
trata de la misma simbología que conforma la tradición mágica o esotérica
ancestral. Por ejemplo, en una de sus peripecias San Borondón y sus compañeros
recalan en una isla que es en realidad una ballena (recordar el famoso pasaje
de las 1001 noches dentro del relato de Simbad), aunque es una imagen
ampliamente extendida en diferentes culturas. Una isla ballena es una tierra
viva, capaz de acoger y cuidar a los que tienen conciencia de esa cualidad
esencial, que sumada a otro elemento vivo como el agua remarca el origen sagrado
de todo lo existente, y permite alcanzar la “meta”, el “puerto”, a quienes
saben reconocer e identificar su profunda naturaleza.
Recalan
también en una tierra donde crece la hierba que conduce a la locura, que si la
consideramos en su acepción antigua como un don misterioso divino, se
relacionaría con el estado de conciencia diferente, sagrado, que permite
conectar con planos superiores mentales. Y allí las aves permiten, o conceden,
comprender su idioma, el famoso y mágico “lenguaje de los pájaros”, esto es de
los seres que “vuelan”.
La
isla de San Borondón ha sido también llamada La Encubierta, o La Inaccesible,
en concreto en algunos escritos de la antigüedad clásica de Plinio y Ptolomeo.
Y desde luego, ya se habla de ella desde la conquista de las Canarias, con su
carácter de isla de la eterna juventud. Así mismo se la ha llamado en algunas
viejas crónicas Isla de las 7 Ciudades, donde aparece otro elemento simbólico
con la presencia de ese número arquetípico.
Luego
existen muchas referencias a ella por parte de historiadores y viajeros. El
historiador canario Juan de Abreu en el siglo XVII la da por auténtica y hasta
trata de ubicarla: “parece estar en 10º y 10’ de longitud y 29º y 30’ de
latitud”. Y se organizaron diversas expediciones en su búsqueda durante los
siglos XVI y XVII, la mayoría precipitadamente después de algún avistamiento,
de las que se guardan referencias documentales. Pero la isla desaparecía cuando
la nave se aproximaba demasiado.
Existen
también testimonios de algunos que afirman haber arribado a ella. Por ejemplo
en el siglo XVI, el piloto portugués Pero Velo de Setúbal, a quien se tomó
declaración oficial. Contó que dos marineros tuvieron que ser abandonados allí
porque al poco de desembarcar se desencadenó una impresionante tormenta que
obligó a volver al navío y levar anclas por la cercanía de una costa rocosa.
Un
curioso testimonio es el de Marcos Verde, también en el siglo XVI, que también
afirmó haber desembarcado en ella y cuenta que algunos hombres que se
internaron en ella por diferentes senderos empezaron a dar gritos de terror,
volviendo al barco, levando anclas y desapareciendo también su costa nada más
alejarse de la playa.
Viera
Clavijo en el tomo I de sus Noticias cuenta (en 1772) que: “Hace pocos años
que, retornando de América uno de los Registros de nuestras islas creyó un día
su capitán que había avistado la isla de la Palma, más al día siguiente, en que
esperaba llegar a la de Tenerife, se halló frente a la verdadera isla de la
Palma.
También
hay datos curiosos. En 1723 un sacerdote exorcizó la isla mientras aparecía y
desaparecía entre nubes y niebla, ante numerosas personas y quedando constancia
ante notario. Y la existencia de una única foto de San Borondón, hecha en 1958
por M. Rodríguez Quintero, de la Palma.
Y se
da una coincidencia en el aspecto físico relatado por los testigos. Sería una
isla alargada con dos sistemas montañosos en sus extremos, una gran depresión o
valle en su centro y una claridad desconcertante. Aparte de la ya citada
neblina o bruma en la que se envuelve antes de aparecer y desaparecer
(característica ésta presente en todos los testimonios de supuestos contactos
con otras dimensiones, desde reinos legendarios a experiencias de tiempos
perdidos y traslaciones espaciales “imposibles”, por no haber recorrido el
camino aunque se tratara de una traslación dentro de nuestra propia realidad
física).
Ver también: La isla de Ávalon
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