Se
conserva en la biblioteca de la universidad de Yale y es realmente enigmático,
ya que continúa sin descifrarse aunque algunas teorías defienden la hipótesis
de que se trata de una broma sin sentido. Si eso fuera se trataría de una
elaboradísima y desconcertante broma.
Es
pequeño, de apenas 15 por 22 centímetros, de 246 páginas de muy fino pergamino
muy trabajado, la mayoría de ellas con ilustraciones.
De
su estudio e intentos de desciframiento se deduce que está todo él escrito por
la misma mano, pero carece de título, fecha y autor. Tampoco tiene capítulos,
aunque por la naturaleza de las ilustraciones se ha dividido en 5 partes:
herborística, astronomía, biología, farmacéutica y recetario. Pero podría no
ser así, al no haberse logrado descifrar su texto. La sección mayor es la de
herborística y en ella cada página está acompañada del dibujo de una planta.
Esos dibujos, por supuesto, llevan siendo estudiados por especialistas
botánicos y biólogos durante al menos 1 siglo, con la perturbadora conclusión
de que se trata de plantas desconocidas la mayoría de ellas. Hay algunas
excepciones como por ejemplo la aparición de un dibujo de una hortaliza llamada
acedera y dos o tres más.
La
misma sensación perturbadora la tiene las demás secciones. La de astronomía
tiene ilustraciones de estrellas y constelaciones también desconocidas, aunque
también aparecen símbolos astrológicos reconocidos. Y la de biología está
repleta de dibujos de mujeres desnudas, parece que “bañándose” en estanques o
cisternas interconectados, en una red de complicadas “instalaciones”.
La
fecha del manuscrito es bastante fácil de ubicar, además de por las noticias y
referencias sobre él a partir del siglo XVI, por el tipo de caligrafía que
corresponde a una muy usada en Europa en el siglo XV: cursiva humanista.
Su nombre,
Voynich, se debe a su descubridor en 1912, un lituano químico y farmacéutico
nacido en 1865 de vida azarosa. Por problemas políticos fue encarcelado por la
policía zarista y deportado a Siberia en 1885 durante 5 años. Logró fugarse a
Alemania y más tarde llegó a Londres donde se casó. Él y su mujer se dedicaron
un tiempo a escribir y enviar a Rusia literatura revolucionaria, además de traducir
al inglés obras de Marx y Engels. Voynich empezó también a interesarse por los
libros antiguos, hasta el punto de prosperar con ese tema y lograr un
importante comercio de libros raros. Para descubrirlos y adquirirlos hizo
numerosos viajes por Europa. En el curso de uno de ellos en 1912, por Italia,
encontró este raro manuscrito en un arcón, lleno de libros viejos que los
jesuitas querían vender, en la biblioteca del colegio jesuita de Villa
Mondragone de Frascati, cerca de Roma. Hojeándolo descubrió entre sus páginas
una carta en latín, fechada en 1666.
Tras
su compra fotografió todas sus páginas y se las envió a importantes lingüistas
de su tiempo, pero ninguno logró descifrar su texto, ni sus caracteres.
La
carta encontrada en su interior había sido enviada a Athanasius Kircher, con
fama en su tiempo de ser el hombre más ilustrado y culto de su época. Era un
científico, matemático, astrónomo, geógrafo y lingüista experto en idiomas
orientales, además de inventor. Tradujo, entre otras cosas, del árabe al latín
la famosa Tabla Esmeralda. Y por supuesto también tenía gran reputación como
descifrador.
El
remitente de la carta encontrada en el interior del manuscrito era Johannes
Marcus Marci, rector de la universidad de Praga, y por el propio contenido de
la carta se sabe que ya le había escrito otra carta anterior, por el mismo
motivo. Pedirle el desciframiento del manuscrito.
Por
los papeles de Kircher se sabe que, anteriormente, ya había recibido otras
cartas con idéntica petición del anterior dueño del manuscrito, Georg Baresch,
una de las cuales se conserva actualmente. Pero Kircher no pudo descifrarlo.
Por
el contenido de la carta de Marci, encontrada dentro del manuscrito, se conocen
algunos datos de la historia del libro. Entre otros que perteneció al emperador
Rodolfo II de Bohemia, famoso por su afición a la alquimia y otros temas
esotéricos, el precio que pagó por él: 600 ducados, y su creencia de que su
autor había sido el famoso Roger Bacon, monje, matemático, filósofo y alquimista
inglés del siglo XIII. Tiene sentido en cuanto que Bacon defendía la necesidad
de escribir los libros en códigos cifrados, por considerar que no todos debían
leerlos. Pero claro, por la datación del manuscrito se supone que ambos están
separados por dos siglos.
El
caso es que desde que Rodolfo II se lo vendió o regaló a Baresch y luego éste
se lo pasó a Marci se pierde el rastro del manuscrito durante 246 años, hasta
su redescubrimiento por Voynich, que lo conservó hasta su muerte. Parece ser
que su viuda lo vendió a mediados del siglo XX.
El
caso es que el manuscrito apareció en manos del americano H.P. Kraus, experto
en libros antiguos, quien afirmó haber pagado por él 24.500 dólares. Pero
posteriormente y aunque lo intentó no logró venderlo. Y así acabó donado a la
biblioteca de la universidad de Yale.
El
primer intento de descifrarlo en el siglo XX (en 1921) fue por el profesor
Newbold de la universidad de Pennsylvania. Creyó identificar un subtexto griego
bajo el texto cifrado y afirmó que su autor había sido Bacon. Pero su subtexto
era en realidad grietas en la capa de tinta por el paso del tiempo.
El segundo fue en 1940 por dos criptógrafos:
Feely y Strong.
Al
final de la segunda guerra mundial, el equipo de criptógrafos que descifró el
código de la armada japonesa también lo intentó inútilmente. En 1978 fue el
filólogo Stokjo. Antes de fracasar barajó la hipótesis de que estuviera escrito
en ucraniano pero sin vocales. En 1987 el médico Levitov lanzó la hipótesis de
que hubiera sido escrito por los cátaros, los herejes medievales exterminados
en la edad media, en una mezcla de idiomas.
El
más reciente intento, en el 2000, por el doctor Rugg, médico y psicólogo, ha
concluido con una resolución ambigua que nos deja como al principio. Lo que
logró demostrar es que podía ser una gigantesca broma, pero no podía
asegurarlo. El autor de esa elaboradísima broma podría ser un personaje
histórico al que le pega mucho: el aventurero inglés Edgard Kelley, conocido
del mago y alquimista, protegido por la reina Isabel I, Jhon< Dee. El motivo
vendérselo al aficionado a estos temas Rodolfo II.
Los
críticos de esta hipótesis comentan que el “voynichés” es demasiado complejo en
su estructura, con sutiles regularidades en su estructura y distribución de
palabras.
Los
soñadores nos quedaremos con la hipótesis de que ese manuscrito pudo ser
escrito por alguien en contacto, de alguna manera, con algún tipo de universo
paralelo con constelaciones, plantas, estructuras e idioma propios, que quiso
dejar constancia de su saber por alguna razón.
Los
que tienen miedo a soñar, o a considerar cualquier tipo de hipótesis que se
salga de lo “normal” preferirán la hipótesis de la bromita.
Los
abiertos escépticamente a todo, se mantendrán atentos a cualquier hipótesis
interesante y cualquier futuro intento de desciframiento.
Mientras
tanto allí seguirá el manuscrito, en su biblioteca americana. Desafiante y
bello.
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