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Vuelta a casa
Jorge se despertó en su cama. El Sol brillaba en el cielo y oía el canto de los pájaros. Se sentía un poco embotado y mareado.
Y su madre salió de la habitación. Jorge estaba confuso. ¿Quizás habría perdido el conocimiento al golpearse contra una roca en el río? Pero algo aleteaba en sus recuerdos...
No podía evitar la sensación de que algo estaba mal, sentía como unos dedos estrujando su cabeza. Nervioso, metió la mano en el pantalón. Encontró una bolita de madera, en el bolsillo, y empezó a juguetear con ella, mientras entraba a la cocina.
- Tomate la leche, hijo. Ahora te doy unas galletas.
Jorge se sentó en la mesa, delante del tazón humeante. Saco la mano del bolsillo para agarrar el vaso, y, de pronto, la habitación se lleno de vida.
Era el perfume de las flores azules, lo reconoció de inmediato. Todo pareció iluminarse, los objetos, las caras, incluso los pensamientos.
Jorge no sabía como reconocía ese olor, tan solo algo en su mente lo asignaba a unas flores azules, de largo tallo y que se abrían en una única flor. Sabía que las conocía, más no sabia donde las había visto. ¿Quizás en un sueño?
Mientras pensaba eso, volvió a meter la mano en el bolsillo, y ahí se encontró de nuevo esa bola de madera. O al menos, ese tacto tenia, pues al sacarla para verla, se dio cuenta de que en realidad era como mármol. Un mármol azul, del que se desprendía ese maravilloso aroma, que ya impregnaba toda la casa.
Ese mismo día, Laura y Jorge fueron al pueblo, a realizar las compras habituales. Todas las personas se les quedaban mirando, sorprendidas. Todos se querían acercar a ellos, a saborear el aroma que desprendían. Muchos les preguntaban por la marca del perfume, sonrientes, curiosos y contentos. Todos se mostraban expectantes, mostrando su deseo de comprarles la sustancia que despedía ese olor.
La gente se apretujaba, intentando tocarles, arrebatándoles botones, pañuelos e incluso algunos les intentaban quitar pelos de la cabeza. Todo el pueblo estaba alborotado, siguiéndoles a todas partes. Al final, madre e hijo, se marcharon a su casa, seguidos por algunas personas, que, sonrientes, seguían pidiéndoles algún trozo de camisa, ropa interior o lo que fuera.
Al llegar a la casa, se encontraron, con que esta estaba totalmente impregnada del olor de las flores azules. Entraron a la cocina, miraron, encima de la mesa, donde habían dejado la bola de mármol y vieron que solo quedaba apenas un rastro de polvillo, que iba esparciéndose por toda la casa.
- Te compro esta silla De su madera sacare los muebles mas maravillosos. Y esa mesa. Y ese Armario. ¡¡ Te lo compro todo!! -- Grito entusiasmado mientras su cara se iluminaba.
Laura miraba a su hijo. Miraba a la gente del pueblo y simplemente sonreía.
Vendieron todo, a muy buen precio. Durante mucho tiempo, los mismos cimientos de la casa seguían desprendiendo el aroma, por lo cual muchas personas se acercaban a oler y a comprar los diferentes objetos de la casa. Desde una cuchara a la cuerda de la persiana. Muchas personas les pedían que les dejaran pasar la noche en la casa, pues querían dormirse respirando esa atmósfera encantada.
Nunca más tuvieron problemas económicos. La gente los apreciaba pues el perfume que ellos mismos emitían, un aroma dulce que nunca perdieron, hacia que la gente buscara su compañía, siempre alegre.
Laura se volvió a casar. Jorge volvió a ser un niño feliz. Al cabo de unos años volvieron al pueblo y con el tiempo la casa quedó olvidada en el bosque, aun rodeada por un perfume dulce, que hacia que volvieras a recordar el olor de la ropa recién lavada por tu madre, cuando eras niño.
-- FIN --
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