En algunas aldeas todavía se cuenta la historia de El Hada Milana. No se sabe, a ciencia cierta, si todo es fruto de alguna noche frente al fuego o si tiene algo de realidad pero, de todos modos, aquí os dejo el relato.
En el mismo centro de Galicia, había un bosque especial. Era de árboles muy altos, pinos en su mayoría, pues estaba en una montaña. Este bosque estaba sobre un suelo muy frondoso, de tal manera, que los árboles habían crecido unos muy cerca de otros, formando una malla por la que apenas entraba la luz. Así, este bosque, apenas era transitado por las personas, ni aún por animales, pues el transitar era muy difícil, además de peligroso, ya que la vegetación ocultaba simas y abundaban los acantilados y caminos sin salida.
Por este bosque pasaba un río, cuyo nombre, por desgracia se ha olvidado, y en una de las muchas simas caía formando una cascada que dejaba a la vista uno de los pocos claros existentes. En la orilla de la pequeña charca que formaba el río al caer, crecían unas flores azules. Eran unas flores grandes, de enormes pétalos, con un azul brillante al ser bañadas por la luz del Sol.
La planta era apenas como una espiga, delgada y dorada y en su punta se desplegaban esas maravillosas flores azules. Pero lo más maravilloso de esas plantas era su aroma. Desde muchos kilómetros se podía notar. Era un olor dulce, que recordaba un poco el olor de la leña mojada en otoño, pero a la vez te hacia añorar el sonido de un río cantarín.
Las gentes que se atrevían a explorar el bosque se sentían atraidos sin remedio por ese aroma, que a cada cual, le recordaba diferentes cosas, pero que a todos les ponía una sonrisa y un brillo en la mirada. Algunos, audaces, llegaban hasta el claro, donde veían las flores azules, se sentían mareados por el perfume e, irremediablemente, intentaban arrancar el origen de tan delicioso aroma.
Pero ninguno lo conseguía. Al intentar apenas tocar las flores, todos sentían una especie de descarga eléctrica que los alejaba. Se intentaron poner guantes pero entonces la descarga la sentían en las piernas, intentaron ponerse duras telas, e incluso armaduras, pero entonces la descarga les atravesaba por los pies, por la nariz e incluso parecía que la descarga naciera de su interior.
Nunca, nadie, pudo siquiera rozar los pétalos de las flores azules.
La historia de esas flores corrió por los pueblos y aldeas y mucha gente intento, en vano, cogerlas. Al final, todo el mundo asumió que era imposible tocar esas plantas y simplemente cayeron en el olvido. Cuando alguien hablaba del maravilloso aroma que se notaba en ciertas partes del bosque, simplemente se decía:
- Sí, es el aroma de las inalcanzables flores azules.
Y, así, paso el tiempo.
Los pueblos se iban haciendo más grandes, el ser humano fue talando los árboles del bosque y se fue robando terreno a la naturaleza, haciendo granjas y poniendo viviendas donde antes crecían los enormes pinos. El aroma poco a poco fue desvaneciéndose, como si el ser humano, con su actividad, rompiera el origen de este.
Cerca del claro, se construyo una pequeña casita, con apenas espacio para un pequeño huerto. Una viuda, que debido a las muchas deudas, tuvo que abandonar su antiguo hogar, llevándose a su hijo de 7 años con ella, la habitaba.
La gente del pueblo decía que se había vuelto huraña después de la muerte de su marido y, en verdad, su hijo solía jugar solo por el bosque, sin alejarse mucho pues el terreno era difícil y los árboles apenas dejaban espacio entre ellos.
Continuará...
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