El encuentro

Jorge miro alrededor, intentando buscar el camino a casa. No veía ningún camino ni senda en el bosque, pues todo el río estaba rodeado por una frondosa vegetación. Empezó a mover los arbustos buscando sendas que los animales habrían dejado. Se escabullo entre árboles, intentando alejarse varias veces del cauce para tener que volver a los pocos metros pues algún precipicio, denso matorral o simplemente el miedo a encontrarse más perdido que antes, le hacia volver al claro.
El tiempo pasaba y empezó a anochecer. Jorge empezó a tener frío y, ni aún el aroma que reinaba, le tranquilizaba de un medio creciente. Cuando ya la oscuridad era casi total, vio un resplandor encima de una de las flores azules, parecía una pequeña flor, esta de un blanco marfileño.
Pensando que podía ser un reflejo de la luna no le dio demasiada importancia, hasta que vio que la flor se movía, saltando de una flor azul a otra.
- ¿Quizás es un insecto? ¿Una luciérnaga? -- pensó Jorge.

Se acerco para verlo más de cerca y la luz se movió rápidamente, metiéndose entre unos matorrales pegados a la roca, por donde caía la cascada. Jorge la siguió y al mover los matorrales, se dio cuenta de que detrás de ellos había una abertura. Como cada vez hacía mas frío pensó que ahí estaría más cobijado, así que se metió entre los matorrales intentando resguardarse.

Efectivamente,ahí detrás de los matorrales, y con la montaña protegiéndole se estaba mucho mejor. Si solo no le salpicaran las gotas del agua, cuando alguna racha del viento las arrastraba. Intento agacharse, buscando mayor protección, y entonces volvió a ver esa luz blanquecina. Pero la luz estaba dentro de la cascada. Sí, claro, debía haber una especie de cueva detrás del agua. Ahí estaría mucho mas seguro y hasta es probable que, si era lo suficientemente amplia, el agua no le salpicara.
Se fue moviendo, pegado a la pared, con el agua apenas a unos centímetros de su cuerpo, hasta que llego a la abertura y entro.

La gruta era enorme y, sorprendentemente, no estaba oscura. Unas piedras como mármol semitransparente, despedían una luz azulada con tonos verdes que iluminaban toda la amplia sala. Esas piedras estaban a unos dos metros del suelo y formaban un anillo que rodeaban toda la gruta, de unos 15 metros de diámetro.

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