En la época Medieval las damas regalaban ramilletes de Tomillo al caballero amado como símbolo de protección en las batallas, pues inspira a la fortaleza y la valentía.
Según los griegos, el Tomillo nacía de las lágrimas derramadas por Helena y tenía poderes curativos.
El Tomillo tuvo aplicaciones mágicas en Europa para aplacar las tormentas y evitar la caída del rayo. Esta planta del Tomillo propio de los países mediterráneos, se consideraba protectora del hogar. Colocando unas ramas de Tomillo en un rincón de la casa se creía evitaba la caída del rayo en la misma y las malas influencias.
En las costas del Mediterráneo las tormentas, de gran virulencia en verano, fueron especialmente temidas; para conjurar su poder destructor surgieron toda suerte de ritos y creencias. En el Tirol italiano, por ejemplo, se creía que las brujas utilizaban el pelo cortado o enredado en un peine para causar granizadas y tormentas. Entre los romanos había creencias similares y por esta razón, cuando navegaban, nadie podía cortarse el pelo o las uñas.
Con la llegada del cristianismo se asimilaron estas creencias a la nueva religión. A principios de el siglo XX, la mayoría de los campesinos todavía creían que el sacerdote poseía un poder irresistible y secreto sobre los elementos, que mediante la recitación de ciertas oraciones; los vientos, las tormentas, el granizo y la lluvia obedecían a su voluntad. Estas creencias hicieron que en muchos lugares los sacerdotes utilizaran ramas de Tomillo a modo de hisopo en esas ocasiones.
En algunos lugares decían que si se hace una bebida con Tomillo recogido en la Noche de San Juan veremos a las Hadas. El Tomillo debe de ser recogido cerca de una colina donde habiten estas.
Es una especie de planta purificadora, que evita las pesadillas, se utiliza también en hechizos que favorecen la autoestima, la energía, la seguridad.
En la antigua Grecia, era utilizada para limpiar los templos sagrados de las malas energías y vibraciones de los visitantes.
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