El Rusco, derivado del latín bruscus y del celta beuskelen, forma unas extrañas matas de color verde lustroso, con unas bayas encarnadas comestibles pegadas al tallo. La rareza es que sus hojas elípticas y puntiagudas, son en realidad tallos ensanchados y aplastados. Los brotes jóvenes del rusco, forman unos vástagos con un penachito de hojas en su punta de sabor algo amargo, pero más nutritivos que los espárragos. Con las semillas de las bayas, molidas previamente, se puede preparar una infusión diurética.
También se conoce con los nombres de brusco, capio, gilbarbera, arrayán morisco y arrayán silvestre. Con sus ramas se hacen escobas, lo que le ha valido en inglés el nombre de Butcher’s broom (´escoba de carnicero´); con sus semillas, de color rojo, se prepara una bebida tónica y diurética, y hay incluso quien come los frutos directamente a modo de aperitivo. En algunas zonas, como en el Alto Aragón, las ramas de rusco se usan para celebrar el Domingo de Ramos; su uso es también conocido en la fiesta judía de las Cabañuelas, Tabernáculos.
Todavía hay quien cree que los ramos de rusco son capaces de alejar tormentas o de conjurar el peligro de las brujas. Su extracto era utilizado por los físicos griegos como laxativo y diurético, en 1950 volvió a tomar importancia cuando un científico francés descubrió dos químicos presentes en sus raíces que provocan la contracción de los vasos sanguíneos, aumentan la firmeza de las venas y ayudan a reducir la inflamación. Actualmente el extracto que se obtiene de sus raíces es utilizado para tratar problemas ocasionados por mala circulación como venas varicosas y hemorroides.
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