El hogar fue asociado desde muy antiguo a la magia, la superstición y el ocultismo. Para los antiguos griegos y romanos, el hogar era un templo, humilde y prosaico, en el que vivían los dioses y las diosas domésticos. Mantenían los hogares encendidos con fuegos consagrados que ardían noche y día en honor de las deidades familiares.
Al ir pasando los siglos, las hadas, los espíritus y los duendes ocuparon el lugar de las antiguas deidades. Surgieron entonces innumerables supersticiones y cuentos populares fantásticos sobre el hogar y sus extraños sobrenaturales habitantes, leyendas que fueron transmitiéndose de generación en generación.
Antiguamente, mucha gente creía que en los hogares vivían espíritus benévolos que protegían a los ocupantes de la casa contra los ladrones, los malos espíritus y la hechicería. Cuando una familia se mudaba de un lugar a otro, se llevaba consigo el espíritu de su casa, a fin de asegurarse la buena suerte y la prolongación de su protección.
Para ello, recogían un ascua (lumbre) en la chimenea de la casa que iban a dejar y la utilizaban para encender el fuego en el hogar de la nueva casa. De esta antigua costumbre ocultista proviene la actual de celebrar la inauguración del nuevo domicilio familiar.
Los brujos quemaban tradicionalmente en sus hogares las plantas siguientes, con objeto de aromatizar la casa para llevar a cabo los conjuros de curación y para desterrar la negatividad y la enfermedad: raíz de angélica, anís, clavo, coriandro, lengua de víbora, raíz de siempreviva, espliego, verbena, limón, lilas, hojas y ramas de roble, raíz de iris florentina, romero, pétalos de rosa, violetas, hierba de san Juan.
Desde la antigüedad hasta los tiempos actuales se han quemado siempre en los hogares las hierbas y los inciensos mágicos siguientes para rechazar a los fantasmas, los demonios y los venenos: angélica, albahaca, laurel, trébol, clavo, eneldo, sangre de drago, helecho, ajo, marrubio, lilas, malva, ruda, sándalo, sello de Salomón, muérdago, raíz de peonía, verbena y milenrama.
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