La magia, sobre todo, estaba muy presente en los métodos curativos de los médicos aztecas, porque la enfermedad solía atribuirse al hechizo de algún brujo inicuo y hacía falta, por tanto, una acción mágica para contrarrestarla. La religión también influía, porque los aztecas creían que algunas divinidades enviaban enfermedades y que otros dioses las curaban. Pero la terapéutica azteca también estaba basada en conocimientos empíricos como la importancia de la higiene, de los baños de vapor, de la desinfección y de las sangrías, y sobre las propiedades de los minerales y de las plantas, conocimientos que se adquirieron según un proceso no muy distinto del que hubiera empleado la ciencia actual.
El médico azteca, como bien explica Soustelle1, era, ante todo, un brujo bueno admitido y apreciado por la misma sociedad que reprobaba al hechicero experto en maldiciones, al mago negro2. Entre los maleficios que causaban enfermedades destacan especialmente los que consistían en la introducción mágica de un cuerpo extraño, lo que explica la existencia de curanderas con funciones tan extrañas como la de extraer piedras del cuerpo o gusanos de entre los dientes y de los ojos.
La creencia en la introducción mágica de cuerpos extraños también la profesan los nahua estudiados por Soustelle en la sierra de Orizaba y, como quiera que estos descendientes de los antiguos mexicas atribuyen a menudo las enfermedades a los sufrimientos infligidos por el hechicero al doble animal o «tótem viviente» del enfermo, es probable que sus predecesores también creyeran en estas malignas influencias y que sus curanderos hubieran tenido que hacerles frente.
Pero más a menudo que en la lucha contra estos encantamientos, la función mágica del médico se manifestaba, sobre todo, en el momento del diagnóstico. Para determinar el carácter de la dolencia y averiguar su causa, los médicos aztecas se basaban, no tanto en la observación de los síntomas como en la adivinación. Para ello utilizaban distintos procedimientos. Uno de los más sencillos consistía en echar granos de maíz sobre un trozo de tejido o en un recipiente lleno de agua para extraer conclusiones sobre cómo caían, flotaban, se agrupaban o dispersaban estas semillas. Otro procedimiento consistía en medir el brazo izquierdo del paciente con la mano izquierda untada de tabaco. Este diagnóstico lo efectuaban a menudo las mecatlapouhque, magas así llamadas --mecatl significa cuerda-- porque su especialidad principal era la adivinación con trocitos de cuerda que al ser arrojados al suelo, quedaban más o menos enmarañados según la gravedad que revestía la dolencia. Otra curiosa especialidad médica era la de las atlantchiqui, curanderas que miraban en un recipiente con agua el reflejo de un niño enfermo para averiguar si había perdido su tonalli3 o energía vital.
En casos particularmente comprometidos o graves, no sólo el brujo o nahual-li sino también el médico o ticitl recurrían al ololiuhqui o semillas de la Virgen para tener visiones enteogénicas que les ayudaran a emitir su diagnóstico por adivinación. Las semillas ololiuhqui solían pertenecer a la «planta serpiente» o caoxihuitl, a la convolvulácea Rivea (Turbina) corymbosa, pero a veces pertenecían a la también convolvulácea denominada tlitliltzen (Ipomoea violácea). Al ser analizadas por el eminente químico suizo Albert Hoffmann, a petición de su amigo el etnomicólogo R. Gordon Wasson, las semillas de ambas especies resultaron contener grandes dosis de amida y de hidroxietilamida del ácido lisérgico. Estrechamente relacionados con la dietilamida de este mismo ácido, el LSD descubierto por Hoffmann, los principios activos del ololiuhqui eran, sin duda, unos enteógenos2 potentes capaces de dar no sólo visiones oraculares sino también de proporcionar grandes experiencias extáticas y largas excursiones psíquicas. No por casualidad, el sumo sacerdote de Tenochtitlán, la capital azteca, se embadurnaba con una pasta negra que, además de la ceniz VCKFIa obtenida al quemar animales venenosos, contenía semillas de la Virgen molturadas. Otras veces, el médico, el paciente o incluso una tercera persona, ingerían peyote, el pequeño cactus (Echinocactus (Lophophora) williamsii) que hoy apenas se encuentra en una pequeña localidad del desierto de San Luis de Potosí, pero que entonces era un componente fundamental, entre otras, de las farmacopeas chichimeca, tolteca y azteca. Las alucinaciones causadas por estas y otras plantas aportaban, según se creía, revelaciones sobre el hechizo que había causado la dolencia y sobre la identidad del pretendido brujo negro.
Las raíces de Tezonpahtli, Huitzquilith y Tecuammaitl eran aplicadas por los aztecas para curar la sarna.
La adivinación visionaria también se hacía a veces tras la ingestión de tabaco verde o piciete (Nicotiana rustica), cuyos efectos alucinógenos debían ser mucho más débiles, aunque también más llevaderos, que los que producía la mescalina contenida en el peyote. También debía hacerse, aunque no existe mucha documentación al respecto, con los hongos psilocibios que tanto utilizaban los aztecas en contextos ceremoniales o simplemente lúdicos. Estos hongos, que pertenecían probablemente a las especies psilocybe caerulescens, p. mexicana y quizás Panaeolus sphinctrinus (pero no el hoy bastante popular Psilocybe cubensis que no existía en el México precortesiano y que fue introducido en el país junto con el ganado castellano), eran denominados por los aztecas setas divinas (teonanacatl) y, como tales, se utilizaban en numerosos contextos religiosos y rituales. Ello no impedía, sin embargo, que al principio de los banquetes se sirviera este sicodélico manjar. El misionero franciscano Bernardino de Sahagún (1500-1590), en su monumental y admirable Historia general de las cosas de la Nueva España , cuenta los dispares efectos que provocaban esos hongos cargados de psilocibina y psilocina en los comensales de los banquetes aztecas. Una vez desaparecía la «ebriedad» causada por las setas y horas después de haber fumado la pipa de tabaco mezclado con liquidámbar y carbón que marcaba el final del banquete, los comensales comentaban las visiones beatíficas, divertidas, grotescas, terroríficas o simplemente desagradables que habían tenido.
Aprovecho el presente post, para mencionar si cabe, que estuve en Mexico D.F., Taxco, Cuernavaca y como no, en Cancún y e de decir que me impresionó el país, un país precioso y con gente sana y muy buenísima gente en términos generales, sobre todo respetuosa y amables. Visité las pirámides de Teotihuacan, concretamente me subí a las pirámides del Sol y la Luna , y os puedo asegurar que lo que sentí no se puede describir. También aprovecho para mandar un saludo cariñoso al pueblo de Mexico, que tanto visitan el presente blog, quizás los que más y los primeros, gracias a ellos y a tod@s por tanto y tanto…
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