La
palabra cicuta se deriva del griego konas: girar sobre, en referencia al estado
vertiginoso que produce su intoxicación.
Las
principales variedades de estas plantas de la familia de las umbilíferas, son:
La cicuta virosa o perejil de los pantanos y la cicuta mayor (conium maculatum)
o cicuta de Sócrates. Existe además la variedad Oenanthe, constituida por
plantas acuáticas, como la aethusa cinapium, falso perejil o perejil de los
tontos.
Su
conocimiento y uso se encuentra plasmado en el papiro egipcio de Ebers (1500 a
C.)
Esta
planta tan fácilmente confundida con el perejil, llegó a ser el veneno oficial
de la Grecia antigua, y beber su jugo fue una de las más temibles consecuencias
para todo ciudadano griego que transgrediese los límites de la ley. (“Cicuta
venenum est publica, Atheniensium poena invisa").
La
cicuta, que según los griegos producía la muerte sin estridencias ni
sufrimientos inútiles y que evitaba un espectáculo sangriento, fue en este
pueblo cultor de la belleza, el veneno que se utilizó de preferencia para la
ejecución de los condenados a muerte.
Hace
ya veinticinco siglos, en Atenas tuvo efecto un proceso político que aún hoy es
considerado como uno de los acontecimientos más importantes de la historia;
encontrando en el veneno la culminación del mismo.
Un
anciano sencillo y afable, que jamás ocupó un cargo social o político
importante y que sólo abandonó su ciudad natal durante el servicio militar, por
haber criticado la tiranía que Critias ejercía sobre Atenas, fue acusado de
corromper a la juventud con sus ideas y
máximas contrarias a la organización de la República siendo por ello condenado
a muerte. Se llamaba Sócrates (470 - 399). Aquel que legó a sus discípulos
ideas que se plasmaron en algunas frases tan célebres como que "el hombre
malvado no lo es por nacimiento, sino por falta de cultura".
Según
relatara Platón, su fiel discípulo quien nos legara su obra, el guardia
encargado de darle el veneno no pudo dominar sus sentimientos, y a último momento
y llorando dijo: “Tuve muchas ocasiones de ver que eres el hombre más generoso
y apacible y el mejor de cuantos entraron en estos lugares”.
Conocedor
de su trabajo, cuando el condenado le preguntó: “Bien, amigo mío, tú que estás
al corriente, dime ¿que es lo que tengo que hacer?, le respondió el verdugo:
“Nada especial. Después de haber bebido, pasea un poco, hasta que las piernas
se vuelvan pesadas. Luego, quédate tendido. El resto viene por sus pasos”.
El
medioevo nos muestra a la cicuta siendo utilizada, según las actas de los procesos instalados por la inquisición, como
constituyente de los polvos o untos mágicos que servían a las brujas para
efectuar todas sus maldades.
Fue
que usando un ungüento de brujo que le procurara cierto alguacil, el que fuera
secuestrado de un matrimonio acusado de brujería; el médico de Carlos V y del
papa Julio III, Andrés de Laguna en 1545, cuando trabajaba en Lorraine, sume en
un profundo sopor a la esposa de un
verdugo a fin de estudiar los efectos de estas pócimas. Su informe nos cuenta:
“Entre las cosas encontradas en la ermita de dichos brujos, había una jarra
medio llena de un determinado ungüento, como el de Populeón, popular ungüento
blanco, con el que se untaban; cuyo olor era tan fuerte y desagradable que se
veía que estaba hecho de hierbas frías y de efectos soporíferos hasta el máximo
grado, como la cicuta, la belladona, el beleño y la mandrágora…
Quizá
una de las fórmulas más conocidas de estos misteriosos brebajes sea el citado
por las brujas de Shakespeare al comienzo del cuarto acto de Macbeth, en el que
se citan numerosos ingredientes, algunos evidentemente fantásticos pero otros
claramente identificables como la cicuta, el acónito y el tejo.
La
modernidad nos muestra otra variante de intoxicación. La cicuta es alimento
natural de los estorninos. Por ello, antiguas publicaciones de toxicología
describían cuadros de intoxicaciones alimentarias con esta planta por la
ingesta de “polenta con pajaritos”, cuadro estacional relacionado con la
migración de estas aves.
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