Cuenta la leyenda que existió un druida llamado Abriarix, el cual formó su propio ejército con el fin de unificar a las tribus Celtas de la región de Galia, para invadir la Isla de Bretaña, luego Germania y así formar un solo imperio Celta bajo su mando. En un principio ganó una gran adhesión por parte de algunas tribus, sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que se hizo famoso por la crueldad con que trataba tanto a enemigos como aliados; su falta de respeto por los rituales ancestrales, como no devolver a la tierra los favores solicitados en el combate, y hasta valerse muchas veces de las fiestas religiosas para atacar a las demás tribus mientras los guerreros estaban celebrando y bebiendo. El equilibrio estaba roto y el Gran Consejo de Druidas se reunió para analizar la situación. De todo el territorio galo llegaron miembros al escuchar “el llamado del viento”. Abriarix se negó a asistir y renegó de la autoridad del Consejo.
Se decidió enviar entonces a una delegación a dialogar con él y exigirle que la armonía fuera restaurada. A las dos semanas volvió el más joven de los enviados con un mensaje de Abriarix: su lengua había sido cortada, sus ojos vaciados y sus oídos quemados. Pudo llegar gracias a su hermoso perro labrador. En su morral traía las cabezas de los otros dos emisarios, ambos aún se encontraban con las facciones contraídas por el dolor. Habían sido ejecutados sin ningún tipo de sedante, sus almas vagarían presas del dolor por la eternidad.
Semejante sacrilegio no podía ser tolerado. Se necesitaba un héroe, alguien con la fuerza suficiente como para derrotar a la guardia del renegado y poder darle muerte. Sólo existía un hombre capaz de tal proeza:
Bretengetorix, el más joven de los jefes de tribus, nunca vencido en combate singular, iniciado en las artes druídicas hasta que una visión en sueños le dijo que su destino era ser el Jefe de la Tribu. Rápido como el lobo, astuto como la comadreja, sabio como el búho, fuerte como el oso y noble como el águila, nadie más podría vencer a Abriarix si lo retaba a duelo, el cual estaba obligado a aceptar según las leyes, ya que de no hacerlo, corría el riesgo de perder el respeto de sus hombres. Lamentablemente los que lo habían retado antes habían caído en los trucos y trampas de Abriarix, trucos que Bretengetorix conocía muy bien gracias a sus primeros años de estudio. Sin embargo el cuervo, que había sido enviado a espiar al Consejo, fue más rápido que el viento y le informó de los planes a Abriarix. Esa misma noche, y por la traición de uno de los guardias, Bretengetorix fue drogado y tomado prisionero, no sin antes enviar a diez de sus captores al encuentro con los dioses. Necesitaron la dosis de droga usada para igual cantidad de hombres antes de que las fuerzas abandonaran al valiente guerrero.
La noticia se difundió rápidamente. El gran Bretengetorix estaba prisionero en las mazmorras de la ciudad de Courdon, donde había sido desangrado hasta perder el conocimiento, y así se le dejaría como muestra de que ningún poder humano podía oponerse a Abriarix.
El consejo no sabía qué hacer. Los signos eran inequívocos, si el equilibrio no era repuesto pronto, grandes males caerían sobre las tribus. Mientras tanto en Audencia, la prometida de Bretengetorix, Fandala, que era aprendiz de druida, le pedía a todos los animales que le llevaran su aliento a Bretengetorix, pero ninguno se atrevía a acercarse siquiera a la fortaleza de Courdon.
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