Se llama
grimorio al tratado de magia escrito entre la alta Edad Media y el siglo XVIII.
Su origen es incierto, pero en Babilonia y el Antiguo Egipto ya hubo libros que
recopilaban conjuros. En general, combinan cuestiones astrológicas con magia
natural, talismánica, exorcismos, magia angélica y/o diabólica y conocimientos
antiguos de ocultismo y constan de tres partes: la preparación del mago y de
sus utensilios mágicos, los preparativos de protección, y el ritual e
invocaciones propiamente dichas. Uno de los más influyentes en todas las obras
teúrgicas posteriores es el titulado Sobre los Misterios Egipcios, de Jámblico
de Calcis, que data de finales del siglo III d. C.
En Europa
comenzaron a circular a partir del siglo XII, cuando el florecimiento de las
cortes y las universidades como centros culturales independientes de los
monasterios promovió inquietudes intelectuales de búsqueda en fuentes no
ortodoxas. Fue entonces también que el Islam se mezcló con la cultura europea,
aportando a ella, junto con el saber clásico heredado de los griegos, la
astrología y la alquimia, así como algunos conocimientos esotéricos judíos.
El empleo de
grimorios, por tanto, fue exclusivo de los ámbitos cultos (incluyendo los
eclesiásticos), pues las clases populares no sabían leer. Eran copiados a mano
en secreto, por el riesgo que representaba poseer uno de ellos. Esto explica en
parte por qué, al paso del tiempo, diversas versiones de un mismo grimorio
diferían entre sí. La popularización de estos libros se produjo, sobre todo en
Francia, durante los siglos XVII y XVIII, cuando algunos maestros impresores se
decidieron a publicarlos al ver su rentabilidad económica; a menudo, para
evitar problemas, omitían los datos del editor o disfrazaban el título de la
obra.
Grimorios
célebres son, por supuesto, la Clavícula de Salomón, los atribuidos a San
Alberto Magno, de finales del siglo XIII, titulados Los admirables secretos de
Alberto el Grande (un tratado de magia natural sobre las virtudes de animales,
plantas y piedras, del que se han hecho innumerables ediciones desde el siglo
XVII hasta nuestros días) y Secretos maravillosos de la magia natural y
cabalística del pequeño Alberto, que fue muy popular entre los brujos franceses
pues además de sus recetas de magia blanca, negra, amorosa y talismánica,
contiene capítulos de fisiognomía y quiromancia. Otros son el de Abramelín el
Mago, descubierto en el siglo XVIII en la Biblioteca Marciana de Venecia por el
marqués de Argensón, quien lo donó a la Biblioteca del Arsenal de París, donde
continúa en la actualidad (se supone que el manuscrito es de alrededor del año
1458), el Liber Juratis, Grimorium Honorii Magni o Libro del papa Honorio III,
y el Gran Grimorio.
Lugar aparte
ocupa el Grimorio de San Cipriano o Ciprianillo, atribuido a san Cipriano de
Antioquia, mago canonizado por la Iglesia católica, quien vivió en el siglo III
d. C.; llama la atención que una parte fundamental de esta obra se ocupa del
desencanto de tesoros. La leyenda de este personaje lo ubica a la par que otros
famosos magos de la antigüedad, como Salomón o Simón el Mago. Además se le hizo
patrón de las artes mágicas, los exorcistas, los hechiceros y las brujas. Su
nombre está vinculado a numerosas prácticas mágicas y conjuros. La famosa
Oración de San Cipriano, que se vende incluso fuera de algunos templos
católicos, se usa para protegerse de maleficios de cualquier tipo.
A mediados del
siglo XVIII los grimorios cayeron en descrédito, pero hacia mediados del siglo
XIX, con el renacer del interés por los temas ocultistas, textos como el de
Abramelín y las Claves de Salomón fueron reivindicados por organizaciones
mágicas y/o neomasónicas como la Orden Hermérica del Amanecer Dorado y la Ordo
Templi Orientis, en los cuales a su vez se han basado movimientos modernos como
la JICA, el neosstanismo y la magia del caos. Asimismo, se divulgaron las obras
de magos como Francis Barret, Eliphas Levi, Papus, C. W. Leadbeater, Aleister
Crowley y Arthur E. Waite.
Y también desde
esa época, surgió un pequeño sector económico dedicado a la venta de grimorios
falsos, traducidos defectuosamente, “remezclados” o inventados. Esto se debió
sobre todo al establecimiento de la propiedad comercial e intelectual y a la
consecuente prohibición de copiar libros de otros editores y autores; entonces
los editores se dieron a la tarea de buscar textos inéditos en antiguas
bibliotecas; dada la poca extensión de éstos, se publicaron en compilaciones
con títulos como El tesoro del viejo de las pirámides, La gallina negra (una de
cuyas ediciones está complementada con “los secretos de la reina Cleopatra”),
Secretos de las artes mágicas, El libro negro de la magia, y se hicieron
algunas versiones del Libro de san Cipriano, Tesoro del Hechicero, adobadas con
otros materiales afines, así como del Dragón Rojo; de este último hay alguna
que descalifica a las otras, al pregonarse como “El Verdadero Dragón Rojo donde
se trata del arte de mandar a los espíritus infernales, aéreos y terrestres,
hacer que aparezcan los muertos, saber leer en los astros, poder descubrir los
tesoros ocultos, los manantiales, las minas, etc”.
Hay un grimorio
muy famoso, pero ficticio: se trata del Necronomicón , que contiene “magia
ritual cuya sola lectura provoca la locura y la muerte”, obra de H.P. Lovecraft
inspirada por la mitología sumeria, la cual atribuye al “árabe loco”, el
también ficticio poeta y demonólogo de la dinastía Omeya (siglo VII) Abdul
Alhazred. Entre finales del siglo XIX y el primer tercio del XX, se realizaron
gran cantidad de ediciones de grimorios, habiendo llegado éstas de Europa a América,
particularmente a México y Argentina; versiones de éstas se han reimpreso
infinidad de veces y pueden conseguirse, buscando un poco, a precios accesibles.
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