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Blogumulus by Roy Tanck and Amanda Fazani

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El célebre escritor Víctor Hugo decía que el equilibrio es "la ley suprema y misteriosa del Gran Todo".

Es cierto que esta ley impregna todo el universo, puesto que éste se mueve con un sen­tido permanente de regularidad y esta­bilidad.

Cuando vibramos al unísono, en sintonía con él, sur­ge entonces el momento mágico en el que el equilibrio nos inunda y nos ha­ce también marchar al mismo ritmo del universo. Es el momento en que nos en­contramos a nosotros mismos, nos iden­tificamos con nuestra verdadera esencia divina y descubrimos que poseemos un tesoro donde las cualidades divinas bri­llan como piedras preciosas, haciéndose realidad lo que nuestro querido herma­no y maestro Jesús nos dijo: "Somos ima­gen y semejanza de Dios".

Pero hay momentos en nuestra exis­tencia en los que nuestros actos rompen el ritmo armónico con lo espiritual y nos volvemos sordos al impulso del espíri­tu, que sabe dónde se encuentra la paz, la armonía, la me­sura y la sensa­tez en los actos y juicios.

Los seres hu­manos vivimos en una sociedad en la que es difícil en­contrar un equili­brio estable, porque nuestros actos so­bre ella provocan el desorden, ruido, caos y conflictos.

Si de verdad deseamos la paz, tendremos que poner fin a las hostilidades, luchas e inquietu­des que fatigan el cuerpo, la mente y en definitiva nuestro espíritu.

Cuando aprendamos a interiorizar en nosotros, a mirarnos con la sinceridad y voluntad del que verdaderamente quiere transformarse en una persona equilibra­da, observará que la mayoría de las veces los conflictos y desarmonías empiezan en uno mismo. A menudo, por diversas cau­sas que nos ponen a prueba, nuestros pen­samientos divagan sintonizando con otros de naturaleza negativa que también circu­lan en el ambiente, cerrando la puerta a la razón, a la luz y al sentido común.

Es frecuente también que conside­remos que nuestro mal carácter, nues­tras desgracias o estados depresivos sean provocados por las personas que nos rodean, cuando no responden, con sus conductas, a las expectativas que te­níamos sobre ellos. Perdemos el equi­librio cuando pensamos que los demás no amoldan su vida y sus conductas a la nuestra. Equivocadamente hacemos depender nuestra paz interior, nuestra felicidad por los cambios conductuales continuos de los demás hacia nosotros.

Cada uno somos responsables de nuestro estado interior. Nosotros de­cidimos y creamos el clima de paz y armonía interno y externo con pensa­mientos de bien, de amor, de acogida, tolerancia y respeto.

Si no aceptamos a los demás como son, con sus defectos y virtudes, damos entrada en nuestro corazón al desaso­siego, el nerviosismo, a los celos, ... Siempre que dentro de nuestra mente y nuestro corazón se produzca una reacción desequilibrada, debemos transformarla al instante recurriendo al amor, al perdón, la comprensión y la generosidad. La solución muchas veces se encuentra en la aceptación y asimila­ción de aquello que nos hace sufrir, más que en aguantar o soportar conflictos y situaciones difíciles que se nos presen­tan continuamente.

Es cierto que muchas situaciones traumáticas o complicadas pertenecen a un pasado que se nos hace presente, repitiéndose constantemente, pero la finalidad no es mantenernos atrapados en esas vivencias, sino todo lo contra­rio: la finalidad es asimilarlas para po­der superar aquello que no pudimos en el ayer de nuestra existencia.

El fantasma del pasado se nos apare­ce en el presente de forma viva e inten­sa, pero no debemos perder el dominio sobre nosotros mismos. No hay que perder la paz y la armonía de nuestros sentidos, porque si no el rumbo de la vi­da estable y equilibrada se desorienta.

Nuestra existencia tiene un objeti­vo claro: Vivir para pulir el diamante de nuestro espíritu, haciéndole deste­llar con la luz del amor, la sabiduría y el equilibrio.

La idea manifestada con la palabra milagro no existe en nuestra patria, en donde las leyes del desarrollo y las de la desorganización son reconocidas como inviolables y en donde el mantenimiento  del equilibrio universal se define por medio de un estado permanente de las propie­dades de cada elemento, de las armonías ­de cada atmósfera, de los principios conservadores y de las causas morbíficas in­herentes a la materia, de las afinidades y de las repulsiones propias del Espíritu, de los senderos abiertos a la inteligencia co­lectiva y a las investigaciones individuales para conservar, perseverar, reparar, sa­nar y vencer a la destrucción, mediante la conquista de la espiritualidad pura.



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1 comentarios:

Tienes un blog muy interesante, gracias por darme tu mano y traerme hasta tu rincón. Enlazo tu blog al mío, pues me encanta.

Un fuerte abrazo y que las hadas te acompañen siempre.

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