El célebre escritor Víctor Hugo decía que el equilibrio es "la ley suprema y misteriosa del Gran Todo".
Es cierto que esta ley impregna todo el universo, puesto que éste se mueve con un sentido permanente de regularidad y estabilidad.
Cuando vibramos al unísono, en sintonía con él, surge entonces el momento mágico en el que el equilibrio nos inunda y nos hace también marchar al mismo ritmo del universo. Es el momento en que nos encontramos a nosotros mismos, nos identificamos con nuestra verdadera esencia divina y descubrimos que poseemos un tesoro donde las cualidades divinas brillan como piedras preciosas, haciéndose realidad lo que nuestro querido hermano y maestro Jesús nos dijo: "Somos imagen y semejanza de Dios".
Pero hay momentos en nuestra existencia en los que nuestros actos rompen el ritmo armónico con lo espiritual y nos volvemos sordos al impulso del espíritu, que sabe dónde se encuentra la paz, la armonía, la mesura y la sensatez en los actos y juicios.
Los seres humanos vivimos en una sociedad en la que es difícil encontrar un equilibrio estable, porque nuestros actos sobre ella provocan el desorden, ruido, caos y conflictos.
Si de verdad deseamos la paz, tendremos que poner fin a las hostilidades, luchas e inquietudes que fatigan el cuerpo, la mente y en definitiva nuestro espíritu.
Cuando aprendamos a interiorizar en nosotros, a mirarnos con la sinceridad y voluntad del que verdaderamente quiere transformarse en una persona equilibrada, observará que la mayoría de las veces los conflictos y desarmonías empiezan en uno mismo. A menudo, por diversas causas que nos ponen a prueba, nuestros pensamientos divagan sintonizando con otros de naturaleza negativa que también circulan en el ambiente, cerrando la puerta a la razón, a la luz y al sentido común.
Es frecuente también que consideremos que nuestro mal carácter, nuestras desgracias o estados depresivos sean provocados por las personas que nos rodean, cuando no responden, con sus conductas, a las expectativas que teníamos sobre ellos. Perdemos el equilibrio cuando pensamos que los demás no amoldan su vida y sus conductas a la nuestra. Equivocadamente hacemos depender nuestra paz interior, nuestra felicidad por los cambios conductuales continuos de los demás hacia nosotros.
Cada uno somos responsables de nuestro estado interior. Nosotros decidimos y creamos el clima de paz y armonía interno y externo con pensamientos de bien, de amor, de acogida, tolerancia y respeto.
Si no aceptamos a los demás como son, con sus defectos y virtudes, damos entrada en nuestro corazón al desasosiego, el nerviosismo, a los celos, ... Siempre que dentro de nuestra mente y nuestro corazón se produzca una reacción desequilibrada, debemos transformarla al instante recurriendo al amor, al perdón, la comprensión y la generosidad. La solución muchas veces se encuentra en la aceptación y asimilación de aquello que nos hace sufrir, más que en aguantar o soportar conflictos y situaciones difíciles que se nos presentan continuamente.
Es cierto que muchas situaciones traumáticas o complicadas pertenecen a un pasado que se nos hace presente, repitiéndose constantemente, pero la finalidad no es mantenernos atrapados en esas vivencias, sino todo lo contrario: la finalidad es asimilarlas para poder superar aquello que no pudimos en el ayer de nuestra existencia.
El fantasma del pasado se nos aparece en el presente de forma viva e intensa, pero no debemos perder el dominio sobre nosotros mismos. No hay que perder la paz y la armonía de nuestros sentidos, porque si no el rumbo de la vida estable y equilibrada se desorienta.
Nuestra existencia tiene un objetivo claro: Vivir para pulir el diamante de nuestro espíritu, haciéndole destellar con la luz del amor, la sabiduría y el equilibrio.
La idea manifestada con la palabra milagro no existe en nuestra patria, en donde las leyes del desarrollo y las de la desorganización son reconocidas como inviolables y en donde el mantenimiento del equilibrio universal se define por medio de un estado permanente de las propiedades de cada elemento, de las armonías de cada atmósfera, de los principios conservadores y de las causas morbíficas inherentes a la materia, de las afinidades y de las repulsiones propias del Espíritu, de los senderos abiertos a la inteligencia colectiva y a las investigaciones individuales para conservar, perseverar, reparar, sanar y vencer a la destrucción, mediante la conquista de la espiritualidad pura.
1 comentarios:
Tienes un blog muy interesante, gracias por darme tu mano y traerme hasta tu rincón. Enlazo tu blog al mío, pues me encanta.
Un fuerte abrazo y que las hadas te acompañen siempre.
Publicar un comentario